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martes, 7 de febrero de 2012

La huida

     Preparaba mi maleta rápidamente, pocos objetos me iban a acompañar en mi próximo viaje, ya no los necesitaba. Iba a huir de mi vida vacía de experto en artes decorativas. Estaba cansado y mis ganas se habían esfumado de aquella casa de diseño moderno que un día cree y compartí con la mujer que amé con toda mi alma. El arte había dejado de interesarme, ya no tenía mi musa, mi ser de inspiración, me faltaba ella. Se había marchado y sólo me había dejado un guante de nuestro primer viaje a los Pirineos, donde aprendí que el arte se puede encontrar en los seres más pequeños y bondadosos, en sus manos, en su cabello, en su figura, en su sonrisa angelical.

     Apoyado sobre la ventana, esperaba impaciente la llegada del taxi. Iría al aeropuerto, cogería el primer vuelo que saliera y comenzaría así una vida nueva en cualquier otra parte de aquel maldito mundo de arte sinsentido y absurdo.

     Huí, buscando la felicidad que un día encontré con la inspiración de su cuerpo y que su muerte me arrebató.

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