¡Qué pena! Qué pena que mientras aquí un niño llora porque sus padres no le quieren comprar, otro niño llore por no tener comida qué llevarse a la boca.
¡Qué pena! Qué pena ver sufrir a alguien sin importarnos, mientras otros hacen lo posible para colaborar todos y salir hacia adelante juntos.
¡Qué pena! Qué pena del individualismo, que pena del dinero, que pena del poder, que pena del egoísmo, que pena de la no-ayuda, que pena de no colaborar, que pena de dar la espalda a los demás, que pena de mirarse el propio ombligo.
¡Qué pena! Porque quien sufre estas penas se está labrando poco a poco una soledad existencial: vacía de sentimiento de unión con alguien, vacía de colaboración, llena de competitividad alegrándose de la derrota del compañero, llena de soledad, vacía de alguien, llena de nadie.
Es el pan de cada día en muchísima gente, pero cada uno busca lo suyo en su camino y sus entresijos. Quien sufre de penas injustificables tendrá una vida injustificada, solo es cuestión de tiempo que te pongan en tu sitio.
ResponderEliminarMe gusta mucho esta entrada. Es enervante la forma de ver las cosas de algunas personas, de como el ombligo propio abarca mas que una sonrisa ajena.